No hablo tu idioma,
no comprendo la mezquindad.

Sirven de refugio,
son la manzana que no se deshace;
el tiempo que les regales, nada más piden.
No hay otra lealtad que la de sus páginas,
combaten a Calibán, conocen el amor,
caben en una maleta.

No era yo lo que buscabas; era un padre,
alguien capaz de enmendarte el pasado.
Tal vez un psiquiatra o un confesor
también te interesaban. Querías, en definitiva,
permutar mi esencia.
Persigues lo imposible
y se te ha hecho tu verano
muy corto, muy tuyo, muy amargo.

Creí que no era imposible;
me faltaba experiencia.

Espero que no te hayas acostumbrado a mí;
estoy en tránsito, hacia un lugar
en el que nada cambia. Tiene nombre de número.
Puede que acudas ahí a buscarme,
no lo descarto,
encontrarás promesas frustradas, sueños viejos,
lluvia ácida, nuestro diálogo -el incesante-.
No creo que logres atraparme
aunque tal me avistes. Te reiré una broma antigua,
me verás ceder una lágrima por lo que ya no me aflije.
Habré perdido mi esencia,
no podré, a pesar de quien aún soy,
prestarte más tiempo.

Vivo en el tercer verano.
Los días están llenos de luz;
nunca cierro los ojos
para que no se me escape.
No soportaría
la oscuridad.